Si recapacitamos acerca de cuál es el sentido real y último de la terapia, nos podemos dar cuenta de que la verdadera curación realmente se produce en el proceso de integración. Inconscientemente buscamos reconocer, asumir, aceptar y reunir los fragmentos, las partes de «nosotros mismos» de las que nos hemos desconectado o hemos rechazado; sin saberlo ni decidirlo buscamos ser íntegros, enteros.
Este acto inconsciente toma forma en nuestra vida cotidiana con todas las acciones que se abocan a la posesión; el adquirir cosas, riquezas, comida, conquistar territorios, personas, amores. Toda la ambición existente en este orden es la simbolización de la búsqueda del ser humano en su intento de llenarse, de completarse. Es la búsqueda inconsciente de la plenitud. En nuestra condición de seres humanos vivimos divididos, fragmentados y a esa fragmentación y la fricción que se crea entre las partes la llamamos enfermedad.
NIVELES DE FRAGMENTACIÓN
Quizá sea la forma en la que se ha desarrollado el sistema nervioso y la manera como se procesa el pensamiento y la razón lo que nos lleva a experimentar tan profundamente la sensación de individualidad y de separación entre el individuo y su entorno. Ya no nos sentimos parte de la naturaleza ni del universo que nos rodea porque nos vivimos como entes separados, seres individuales en un entorno ajeno, extraño y hostil: Éste es el primer nivel de fragmentación.
El desarraigo que esto provoca nos hace sentir desvalidos, desconectados y temerosos. Tenemos miedo y la reacción natural a este sentimiento es la de protegernos, acorazarnos, fortaleciendo aún más la propia sensación de separación. Ya sabemos algo acerca de la falta de cohesión entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos.
En general nuestro sistema nervioso no funciona de manera unificada. Cada una de sus partes pulsa de una forma y parece que impone sus prioridades sin contar con el resto: muchas veces la parte más racional inhibe o ignora las emociones, en algunas otras personas la emociones y sentimientos imperan sobre la razón y en otras los impulsos primarios, o bien son reprimidos en nombre del civismo y la educación, o bien toman el mando abocando a la persona a exacerbar el instinto de supervivencia, el temor o la violencia..
Raramente el sistema nervioso funciona de manera armónica e integrada. Enajenamos partes en el ámbito psicológico, el orgánico o las memorias somáticas. De manera que ahí nos encontramos otro nivel de fragmentación, dentro de «nosotros mismos”. Se podría decir que son los distintos “cuerpos» que componen la totalidad de una individualidad. Cuerpo-mente se contemplan como separados y también la mente en sí no funciona de manera integrada.
Más allá de esto nos encontramos con órganos, sistemas y estructuras que también se interrelacionan unos con otros. Nada está aislado, cada elemento del organismo se relaciona directamente con sus elementos vecinos y a la vez, ambos pertenecen a algo mayor … y así sucesivamente.
La “sensación” de separación de nuestro organismo del entorno y también la separación dentro de nosotros mismos genera estrés, tensión. Parece que estas partes separadas necesitan protegerse unas de otras porque no se sienten formando parte de una unidad, no están integradas, y todo esto aboca a la disfunción.
CUERPO HOLÍSTICO
La terapia, en realidad nos invita a suavizar la fricción en estas relaciones escindidas y en el conflicto de una estructura con otra, de un órgano con otro, de las distintas partes dentro del organismo. Muchas terapias, con mayor o menor conciencia de ello, van a incidir sobre este aspecto, suavizando la fricción entre las partes y armonizando sus relaciones. Eso sí, cada una actúa en un grado o nivel : unas facilitarán la relación entre el húmero y la escápula, otras ayudarán a que un órgano desvitalizado se integre funcionalmente dentro de su sistema y otras incidirán sobre la gestión entre la vida emocional y la razón…. Este estado fraccionado no es real. La contracción y el endurecimiento que se genera como respuesta al estrés es lo que crea estas barreras, esta separación.
Cuando se proporcionan las condiciones adecuadas donde el organismo ya no tiene que protegerse, aflora la oportunidad de soltar las corazas que generan la separación, permitiéndole cierto grado de descompresión.
Esta descompresión, a nivel orgánico, se traducirá en una mejor inervación nerviosa, en mayor afluencia de nutrientes y oxígeno a las células, en un mejor drenaje de residuos… En definitiva, en un mejor metabolismo y funcionalidad de los tejidos. La cohesión entre los distintos sistemas orgánicos aportará un mayor grado de integración corporal. También la relación cuerpo-mente entrarán en un estado de coherencia e integración.
Cuando el cuerpo se descomprime, el sistema entra en un estado de relación unificado, el organismo se abandona en la red energética que lo contiene y al diluirse sus fronteras se establece una relación más fluida entre las partes y tiene la oportunidad de reorganizarse. Este es el estado que conforma el cuerpo energético. En biodinámica lo llamamos «cuerpo holístico».
“EN CASA”. MAREA LARGA
El siguiente grado de integración y de sanación es la conexión con la naturaleza. No se trata exactamente de ir al campo para disfrutar de los árboles, el aire libre, el agua del manantial y demás elementos -que también es un buen recurso-, sino la «conciencia», y más que la conciencia en el sentido de darnos cuenta, la vivencia de sentirse eso, sentir que formamos parte de ella, pero no una parte pequeña, sino que somos la naturaleza misma, el cosmos, o si le queremos llamar, el espíritu. La permeabilidad con ese cuerpo mayor que somos es realmente lo que nos nutre, nos sostiene, nos aporta confianza, seguridad y todo lo que podemos esperar como seres vivos, encarnados, porque ese es nuestro verdadero cuerpo.
Ese es el «estar en casa» donde toda necesidad está cubierta. Así conectamos con que el individuo que creemos ser no funciona separado de ese «gran cuerpo que es», Y seguramente “eso” no está tan lejos, quizá puntualmente vivimos sin «darnos cuenta» esa conexión. Para algunos quizá sea en entornos naturales donde por momentos no necesita protegerse.
El entorno «hostil» en el que se ha convertido la cotidianidad se desvanece y entra en conexión con ese espacio que le es propio, con el que actúa sincrónicamente, con esa sensación de no estar separado de lo demás, de que algo grande organiza todo. Sin la intervención de la voluntad y sin ninguna práctica para lograrlo uno se encuentra por segundos o minutos descomprimido, pulsando con el entorno, sumergido en ese cuerpo mayor que es el verdadero hogar. A esta conexión tan «natural», en biodinámica la llamamos cuerpo de Marea o Marea Larga.
Aquí el organismo sintoniza con ese orden mayor al que pertenece y en este estado aflora la cualidad intrínseca de autorregularse, de armonizarse consigo mismo y con el entorno al que pertenece, que Es.
Por eso la aproximación biodinámica de la terapia Craneosacral es tan fascinante, porque realmente se orienta a esa plena integración, aporta el terreno y las condiciones para que esto pueda suceder.
Facilita acceder a un mayor grado de organización y así poder permitirnos vivenciar o experimentar un estado en el que nos sentimos más unificados, podemos llegar a sentir al fin que no estamos divididos, que todas las estructuras de nuestro cuerpo funcionan al unísono, que están coordinadas, y no sólo eso, sino que podemos llegar a experimentar que nuestro organismo no está separado del «entorno» sino que también funciona al unísono con él.
Rafael Martiz.